Ayer. Estuvimos 5 horas esperándolo. Al ver pasar la carrosa donde iba el féretro de Chávez, sentí que un montón de arena caliente rozaba mi rostro, golpeaba mi pecho, quebraba el piso donde pisaba, me robaba la voz. Mis rabias heredadas de 500 años me brotaron de las venas, mi carne se retorció de dolor al verme allí, junto a los miles de hijos de esta tierra que durante siglos hemos visto como se rompen nuestros sueños, como se golpean nuestras esperanzas. Estaba desconsolada, no podía creer tanto dolor en mí, en tantos, en miles. No sé cómo, pero ese momento me hizo entender el desengaño, el desamor que durante siglos sufrieron mis abuelos, ancestros, ante los robos, vejaciones y humillaciones que no pudieron contestar. Sentí mis raíces crujir. Y tuve una profunda rabia con la historia: cuando por fin nos reconocíamos libres, nos quitaba uno de los motores más potentes de nuestra emancipación. Estaba negada a creer lo que ese féretro no hacía sino mostrarme: ya no tendríamos a ese Chávez de carne y hueso, con la sonrisa más cálida que jamás vi, con la presencia que mayores certezas me brindo; levantando su puño en alto, con fuerza, así como tantas veces lo hizo al pasar por Los Próceres, recordándonos que la dignidad es nuestra, que nadie nos la prestó o regaló, que nadie nos la puede quitar.
Y se perdió entre la gente, yo también, me abracé a mis hermanos, me fundí de dolor, me llené de silencios. Busqué culpables, construí historias, soñé venganzas; de nada me sirvió, sólo veía sombras, mis palabras se volvían torpes, mis movimientos lentos: acepté mi momento de oscuridad, mis demonios y desamores.
Hoy, al despertar, reconocía mi rabia viva, mi dignidad intacta y mi esperanza monolítica, entendí lo que me había dejado Chávez: me había dejado hecha un roble, me había dejado un sable fino y me había dejado una tierra sembrada para que siga cosechando lo que mis abuelos siempre quisieron oler, comer y vivir. Chávez me había dejado ver la inmensa fuerza que tengo, la valentía que mueve mis hazañas, la confianza que tengo en mis hermanos, la riqueza que me rodea, la nobleza que multiplica mi amor y mi luz, la sensibilidad que me indigna frente a la injusticia. Entendí que Chávez fue enviado por nuestros chamanes, por nuestros libertadores, por nuestros abuelos a recordarnos que nuestra estirpe no muere ni morirá, que la batalla sigue intacta porque estamos decididos a ganar esta guerra.
Honor, Gloria y Amor infinito a nuestro Comandante Chávez, imagen viva de nuestra larga guerra de independencia!
Escrito Por: Lorena Fréitez
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