Tiuna El Fuerte

REDADA/ Nuevas desigualdades (I)

REDADA/ Nuevas desigualdades (I)

DORIS PONCE / TIUNA EL FUERTE

Como de la nada, la monstruosidad invadió el espacio público. Una violencia incomprensible, grotesca, interpeló a la opinión pública. Llovieron análisis, artículos, entrevistas. Desde los análisis teóricos, estadísticos, ideológicos: la culpa es del sistema capitalista o del socialista o de cualquier sistema; pasando por la autocrítica, las culpas: que si la familia, que la escuela, que la calle, la televisión, y las valoraciones sobre qué muertos valen más que otros, hasta los llamados a pena de muerte, tolerancia cero. Aquí las diferencias entre la derecha y la izquierda se vuelven difusas. Se juntan, ya sea en los clamores de mano dura, ya sea en esa entelequia llamada “paz”.

Lo que sí es cierto es que volvió a la palestra pública un problema que nos ataca desde hace décadas: la violencia criminal y delictiva. ¿Cómo entender esto en un país que ha transformado positiva y radicalmente sus indicadores sociales? Lo primero que hay que apuntar es que esta no es una pregunta nueva. Desde que la Revolución tomó el gobierno se dedicó a saldar la deuda social. La ecuación parecía sencilla: al mejorar las condiciones sociales y materiales de vida disminuirá la violencia. Años de trabajo sostenido en el mejoramiento de la situación de los sectores populares no han tenido el eco esperado en los indicadores de violencia.

No se puede ceder a las respuestas sencillas de irracionalidad, subculturas de la muerte, industria del crimen, los medios de comunicación, ignorancia o ausencia de valores, pobres malandros, diría la derecha o lumpen sin conciencia revolucionaria, repite la izquierda desde hace siglos. Las dos caras de una misma moneda: exclusión y estigmatización. Hay que sospechar de las dicotomías buenos y malos –incluso cuando nosotros estamos cómodos en el lado de los buenos–, pues detrás de las dicotomías se esconden siempre relaciones de poder y desigualdad, que no remiten a posiciones morales, sino más bien a condiciones concretas de vida.

Dar cuenta de las transformaciones en las condiciones de vida de los sectores populares es un reto de la Revolución. No solo porque permitiría hacer evidentes logros importantes de la misma, sino porque haría también evidentes las formas que toma la desigualdad histórica en momentos de transformación. El mejoramiento de los indicadores sociales, si bien genera oportunidades de inclusión, al mismo tiempo radicaliza las exclusiones históricas. Por ejemplo, así es que para aquellos grupos históricamente excluidos de las instituciones educativas poca relevancia tiene el aumento de la matrícula escolar. Aquí el reto de la inclusión ya no se trata solo de números y ampliar oportunidades de acceso, sino incluso de pensar la pertenencia de dichas oportunidades para determinados contextos y sujetos, y reinventar instancias y trayectorias de inclusión que atiendan a las particularidades de dichos grupos.

 

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